Sinopsis
Sin lugar a dudas la peor de todas las guerras de nuestra historia fue
la Segunda Guerra mundial, que cobró la vida de sesenta millones de
seres humanos. Cuando terminó, las misiones de investigación comenzaron a
recorrer la Alemania vencida. Los informes de aquellas misiones fueron
publicados. Sólo el catálogo cuenta trescientas páginas. En doce años,
la evolución técnica del Reich había tomado rumbos singularmente
divergentes.
Al lado de diferencias en materia técnica, había
diferencias filosóficas aún más asombrosas... Habían rechazado la
relatividad y olvidado, en parte, la teoría de los quanta. Creían en la
concavidad de la tierra. Su cosmogonía habría puesto los pelos de punta a
los astrofísicos aliados.
Si en doce años pudieron abrirse tales abismos en
nuestro mundo moderno, a despecho de los intercambios y de las
comunicaciones, ¿qué pensar de las civilizaciones que pudieron
desarrollarse en el pasado? ¿Hasta qué punto están calificados nuestros
arqueólogos para juzgar sobre el estado de las ciencias, de la técnica,
de la filosofía, del conocimiento, por ejemplo, entre los mayas o entre
los egipcios?
Si las investigaciones de civilizaciones antiguas
han sido realizadas por hombres que opinan que la civilización moderna
es la única civilización técnica posible; entonces, al contemplar un
megalito de 1200 toneladas cortado cúbicamente por mano humana,
trasladado y colocado al lado o encima de otro semejante, también por
humanos, no queda más remedio que imaginar, o la ayuda de Dios, o un
colosal y chocante trabajo de hormigas-hombre-esclavos, que tenían como
únicas herramientas, cuerdas, palancas, troncos de árboles y unos pocos
utensilios de metal.
Sin embargo, es posible que un pensamiento
totalmente distinto del nuestro pudiera concebir técnicas tan
perfeccionadas como las nuestras, aunque también diferentes:
instrumentos de medición y métodos de manipulación de la materia sin
ninguna relación con lo que nosotros conocemos, y que no habrían dejado
ningún rastro visible a nuestros ojos. Es posible que una ciencia y una
tecnología poderosas aportaran soluciones distintas a las nuestras, a
los problemas planteados y desaparecieran totalmente con el mundo de los
faraones o los toltecas.
Para nosotros resulta difícil de creer que una
civilización pueda morir, borrarse del todo de la memoria de los
pueblos. Y resulta más difícil todavía creer que haya podido
diferenciarse de la nuestra hasta el punto de que no podamos reconocerla
como civilización.
Algo diferente a nuestra “normalidad política”
sucedió en la Alemania nazi. Las circunstancias económicas y sociales
que siguieron a su derrota en la primera guerra mundial en Europa,
sumada a la perversidad del tratado de Versalles, en contra del pueblo
alemán, fueron la tierra abonada en la que germinó la ideología que
impulsó, y llevó a la cúpula gobernante a las personas que acompañaron a
Adolfo Hitler. Tal ideología realmente era y es de otro mundo. Un mundo
olvidado y resucitado por el Tercer Reich. Un mundo ante el cual la
cultura actual cierra los ojos y se esfuerza para apartarlo de su
visión.
Pocos saben que la Alemania Nazi gastó en
investigaciones esotéricas más recursos que los Aliados en desarrollar
la bomba atómica. La Anhenrbe (institución dedicada al estudio del
pasado y a la recuperación del ancestral germánico) literalmente “peino”
el globo terrestre en busca de “secretos” antiguos.
Los nazis serían fanáticos pero no imbéciles. Si
invirtieron tal enormidad de recursos, era porque tenían probabilidades
de encontrarlos.
¿Qué, o Quién, o por medio de que técnica o
disciplina obtuvieron información que tras estudiarla se convirtió en
seguridad para buscar algo escondido por toda la faz del planeta?
La respuesta; por más ridícula que parezca al lector contemporáneo, es:
Recuperaron mitos, leyendas, tradiciones, folklore,
regados por todo el mundo. Tal información sumada a la arqueología, la
semántica y al conocimiento guardado por sociedades secretas como la
Thulegesellschaft, o la Sociedad del Vril; son la fuente de la cual
obtuvieron la información que los llevó a buscar una puerta que
finalmente encontraron en la Gélida y olvidada Tierra de la Reina Maud:
La Antártida.
Detrás de esta puerta lograron el contacto directo
con seres de otro mundo y de ellos obtuvieron conocimientos que les
permitieron el acceso a una fuente de Energía con la cual impulsaron
tras construir los Haunebu, los OVNIS Nazis.
De ser cierto este “realismo fantástico”, surge una pregunta obvia:
¿Si los nazis poseían tal tecnología, cómo es que perdieron la guerra?
Sólo cabe una respuesta:
La guerra no ha terminado, sólo habría subido un
escalón. Ha regresado al punto en el que quedó hacen milenios y, en
algún momento continuará y será desiciva, la Batalla Final.
¿Qué guerra hacen milenios?
¿Entre quienes?
¿Por qué razones?
¿Qué Batalla Final?
Datos Tecnicos
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